viernes, 14 de diciembre de 2012

lunes, 19 de noviembre de 2012

Teuco said


Un sudaca en la Corte
de Daniel Moyano


presentan
Elena Anníbali / Adrián Savino / Augusto Porporato


miércoles 21 de noviembre - 20 horas

Casona Municipal
Rioja esq. Gral. Paz


Daniel Moyano no sólo navega sobre sus historias, sobre la escritura, navega también en él, entra y sale con una naturalidad que oculta el prodigio de sus recursos narrativos. Un sudaca en la Corte es un breve conjunto de relatos en los que el autor de Tres golpes de timbal abre, como al pasar, la rosa de los vientos de su escritura. Allí está su infancia desolada, su exilio en España, la batalla de su imaginería contra las dictaduras militares, los paisajes de cuero de La Rioja, toda una acuarela móvil con la que juega Moyano como un niño moviendo y transformando el mundo.
                Su prosa está sostenida por relámpagos poéticos, esos dones que muchos narradores consideran inalcanzables y que en este autor es el ánima misma de su lenguaje. Daniel cuenta como contaba oralmente: con economía precisa y el vuelo inalcanzable. El conjunto de su obra es de la más alta narrativa del siglo XX de nuestro país y de América Latina. Sin embargo, salvo en aisladas ocasiones, se le ha dado en la Argentina el reconocimiento que merece. Mérito mayor del esfuerzo de esta editorial.
                Quien lea Un sudaca en la Corte entrará en el juego de Daniel. Y jugará sonriendo muchas veces de su propia tristeza, jugará a desarmar un ejército con un oboe y cuando quiera darse cuenta ya estará hablando mano a mano con Don Quijote de la Mancha.
                Mientras, como el flautista de Hamelin, con un violín y el trino del diablo, este escritor atrae sus lectores hacia el océano aéreo de su imaginación.

                                                                                                                           Leopoldo Castilla

martes, 13 de noviembre de 2012

martes, 30 de octubre de 2012

Un gusto, Daniel

En unas semanas, Daniel Moyano en Caballo negro, con un libro de relatos hermosos.

jueves, 25 de octubre de 2012

Silvio dice

Viajando y escribiendo




¿Será posible que exista Ecuador? Henri Michaux escribió uno de sus primeros libros imaginando que iba a ese país, que conocía los tatuajes de sus indios, que la capital se alzaba como un cuchillo entre montañas hacia un cielo diáfano. Y aunque Michaux fuera efectivamente, según dicen, a Ecuador, su imaginación, que es otro nombre de la escritura, prevalecería. Así también, el libro de viajero de Alberto parece tener visos de realidad. Incluso en un principio reitera los detalles prosaicos de una estadía turística: el alojamiento, la comida, los paseos, la contemplación de paisajes y la observación de los nativos. Pero el diario del turista se desvía bastante rápidamente hacia otros ámbitos. Por ejemplo, el descubrimiento de redes que venden drogas o que conspiran para aterrorizar al visitante y hacerle más interesante el país o que se disfrazan de agentes demasiado blancos o que, finalmente, amaestran perros para que distribuyan drogas blandas sin quedarse con el vuelto, puesto que, como se sabe, a los perros les cuesta fumar, ni hablar de armarse un porro, aunque sólo les falte una letra para llegar de “perro” a “porro”. Estos desvaríos del diarista también podrían atribuirse a estados de borrachera alucinatoria. Sin embargo, acaso la imaginación triunfe más notoriamente sobre el realismo, cuyo tono persiste en el carácter visual de casi todo el relato, en cierto humor, la dosis de juego que por momentos embriaga al que escribe y que parece estar por encima del protagonista, ese turista cordobés llamado también Alberto. Y no está lejos de los nombres propios esa ironía del estilo: alguien cuenta supuestamente un viaje pero otro lo contempla irónicamente desde la construcción misma de sus frases. Ironía que se replica dentro del argumento, en el interior de su propia transparencia comunicativa, ya que Alberto en primera persona conoce en Ecuador a otro Alberto, enamorado y más feliz, lector de poesía, quien le regala al narrador un libro de Charles Simic inspirado en las cajas de Joseph Cornell. Como diría otro Alberto poeta, “cuando la idea del yo se aleja”, la escritura se pliega y forma cajas, unas dentro de otras.

Pero las cajas de la ironía no tienen fondo, se vuelven a abrir, incluyendo a toda la literatura y las cajitas móviles de los géneros. Puesto que el diario de viaje, que se desfonda por obra de las redes conspirativas, los enamoramientos fáciles y la duplicación de personajes, no llega nunca a esquematizarse como género. ¿Cuáles serían las reglas del diario de viaje? Aun la más obvia, su nombre, puede ponerse en duda, ya que ni siquiera hace falta el viaje para que se despliegue. E incluso la idea de diario, con entradas regulares que cuentan los días y las noches, se vuelve pronto un recurso. Y entonces, ¿podemos leer Boyando como si fuera una novela? Por supuesto, novela es para nosotros sinónimo de “literatura”. Toda prosa es novelesca. El ensayo cuenta los años de aprendizaje de un lector. Los libros de poemas hacen tajos para espiar la novela familiar de una vida, sus patologías y sus goces.

Por otro lado, el Alberto solitario, que narra, parece comunicarle a su tocayo, el poeta cordobés, que estaría escribiendo una novela. Y entonces, en lugar de contarnos la aventura de un joven poeta enamorado con su “novela en preparación”, los Albertos se multiplican: uno novelista, otro poeta, uno soltero en busca de aventuras, otro en pareja. Ninguno de los cuales coincidirá –como es vulgar decirlo desde que se inventó la lingüística aunque ya era un lugar común para Platón– con este Alberto de carne y hueso que está aquí presente. Sin embargo, así como un Alberto le deja al otro su libro de poesía norteamericana, el que aspira a ser novelista, lector de una celebridad también norteamericana, termina contagiándose de cierto lirismo. Y en su diario, que sería la forma lírica de la novela frente a la pureza épica de la narración en tercera persona, se dan momentos de poema, el más llamativo de los cuales transcribe la borrachera del diarista con una gráfica mallarmeana o girondiana, de palabras arrojadas cual constelación sobre la página. Ironía de unas sonoridades indígenas y argentinas que se tiñen de falso exotismo para que el viaje cumpla su promesa eterna de aventura erótica ocasional: “¡Paraguay! ¡Tacurú! ¡Uruguay! ¡Yaguareté! ¡Paysandú! ¡Ituzaingó! ¡Jacarandá!” Y así sigue. El viajero se diría que se esfuma, preso de las palabras cuyo origen se pierde en estratos antiquísimos. Y como un fantasma besa a la chica que despertó su lirismo. El episodio se enmarca en dos anotaciones que exhiben su paralelismo, su expresividad sentimental no narrativa, aunque lo novelesco siempre sea de algún modo sentimental. Rodríguez Maiztegui –a quien ya no sé si seguir llamando Alberto– se pregunta, simula preguntarse para hablar del acto insensato de escribir: “¿Podré armar mis cajitas?/ ¿Podré amarlas?” Porque aquello que parecía un juego: escribir, imaginar un viaje, se convierte en la más desconcertante de las aventuras: investigar lo que se ama con las palabras que se arman, construir una cajita para el fetiche más amado, hecho de palabras que juegan a ser la vida. Y la vida, su aparente sinsentido, hace que aparezca a través de las cajitas que enmarcan piedras, fotos, fantasmas, algo así como una línea impredecible, que sueña con ser infinita. Pero sabemos que nada es eterno, la vida tiene un fin demasiado conocido. El amor es el sueño de que no haya ningún límite y que el viaje no termine nunca. Boyando enseña, si es que puedo atribuirle algo así, que mientras haya tiempo, que es lo infinito por definición, se puede seguir armando una caja, un mundo, y sin amor, ¿quién tendría fuerzas para escribir? En esta pregunta incluyo el amor a la literatura, donde habrá empezado el gusto por armar frases. Pero sobre todo hablo del deseo, padre de todo libro y de todo hijo que surgen como de la trémula superficie de un mar en calma, de donde saliera inesperadamente una boya llena de luz, para señalar el destino que no se conocía, que no se sabía.



Silvio Mattoni

Córdoba, 15 de octubre de 2012

(texto leído en la presentación de Boyando)

viernes, 12 de octubre de 2012

martes, 9 de octubre de 2012

jueves, 4 de octubre de 2012

Maiztegui está boyando

En unos días, Boyando, la novela de Alberto Rodríguez Maiztegui

sábado, 15 de septiembre de 2012

Reload

Agradecemos a Rubén Fontana y Alejandro Ros sus desinteresados aportes para el diseño de la faja que acompaña el libro.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Hay equipo

Arte de tapa: Belén Rivero Ríos
Diseño de tapas: Gonzalo Peralta
Diseño de interiores: Guillermo Barbero
(si los van a llamar, páguenles bien)

domingo, 26 de agosto de 2012

Nuestra. Y de todos

María Teresa Andruetto, recibiendo el premio Hans Christian Andersen en Londres
"A las autoridades aquí presentes, 
Al equipo directivo de IBBY,
a la impronta de su fundadora Jella Lepman,
a los representantes de las delegaciones aquí presentes,
a ALIJA delegación argentina del IBBY,
al Honorable Jurado de este premio,
a mi compañero de premiación Peter Sis,
a las instituciones que en el mundo difunden la literatura infantil de calidad, particularmente a CEDILIJ, mi casa madre,
y a los escritores, ilustradores, especialistas y editores latinoamericanos,
por las convicciones de trabajo, la alegría compartida, el afectuoso acompañamiento.

Me crié en un pueblo de provincia, en un país de un continente que comparte casi en su totalidad una lengua. Pese a su abrumadora masividad, ya que se trata de la voz de más de 450 millones de personas, su literatura ocupa un lugar en cierto modo periférico en la traducción a otras lenguas. Este castellano mío, cuna del barroco y el conceptismo, no es sin embargo una sola única lengua sino un abanico de variantes desarrolladas en España y Latinoamérica, formas de habla y escritura mestizadas por los pueblos originarios y los aportes de africanos, europeos y asiáticos que –esclavizados, sometidos, aceptados o bienvenidos - impregnaron nuestros modos de decir y de pensar.
La frase de mi casa fue: este país generoso recibió a tu padre. Desciendo de emigrantes, es decir de pobres y desterrados. Desde que recuerdo y seguramente también desde antes, escuché historias de personas que habían llegado hacía muchos años a América, hombres y mujeres cuyos modestos episodios adquirían relevancia en el relato. Fui criada por una madre a la que le gustaba contar historias y por un padre que había dejado a su familia en Italia y reconstruía al infinito el largo viaje a Argentina, el encuentro con mi madre. Me crié en la llanura argentina, entre personas a la vez melancólicas y pragmáticas, en una familia con mucha apetencia de saber, una casa en la que siempre hubo libros y donde se contaba con muchos detalles el pasado de los que habían estado antes. Tal vez por eso me apasiona lo extraordinario en la vida de cada uno de nosotros, lo extraordinario de la vida en sí misma.
Dentro de esa familiaridad con los relatos y los libros, en la idea de que había que saber un poco de todo para poder habitar en el mundo, recuerdo el momento en que descubrí, en la cocina de casa, en un libro muy de la época, que esos dibujos llamados letras podían unirse y formar palabras y que esas palabras eran los nombres de las cosas. No se trataba de literatura, era la vida misma que –suponía yo- se presentaba de ese modo para todos, en todas las casas y en todas las familias. Años más tarde comprendí que no todos los niños tenían acceso a los libros y eso hizo que tomara cierto rumbo, el de trabajar en la construcción de lectores.
Dar sentido a la experiencia; en esa conciencia reside la belleza de la vida. Vivir conscientes es al mismo tiempo defender nuestra particularidad como individuos y como pueblos. Es muy fuerte la demanda para que los libros unifiquen sus asuntos y sus usos del idioma, se vuelvan un poco neutros, pero la literatura busca lo particular, el palpitar de la lengua, su permanente escurridizo movimiento. En más de una ocasión, editores de otros países o de otras lenguas me han dicho que mi escritura era “demasiado argentina”, pero es justamente ahí, en las palabras de la sociedad que nos contiene, donde reside el desafío de un escritor, su campo de batalla. A la vez, mientras más ahondamos en lo particular, mientras menos estándar es nuestra escritura, más difícil se vuelve su exportación. En mi caso esto se complejiza, porque he escrito desde las diferencias del castellano argentino en las diversas regiones de mi país, no porque quiera hacer un paneo por los modos de hablar de mi tierra sino porque el narrador elegido me lo pedía. Es que imagino un narrador e intento escuchar cómo habla, y él me abre la puerta, me enseña el camino a seguir. He vivido el acto de escribir como una defensa de lo más propiamente mío, intento de capturar un animal hecho de palabras, en el deseo de encontrar allí algo para ofrecer a otros. El camino hacia la propia cosa y el propio modo de decir, ya que la máxima aspiración de un escritor es construir con la lengua de todos, una lengua nunca escuchada todavía.
En qué tradición debe insertarse una escritora descendiente de europeos que se crió en un pueblo de un país latinoamericano, una mujer cuya madre jamás hubiera soñado que sus hijos fueran a la universidad, alguien que accedió a estudios superiores porque en su país existe la educación gratuita, la universidad pública. ¿En qué fuente beben los escritores para niños en nuestros países? Lo universal y lo local, lo latinoamericano y lo europeo, lo central y lo periférico, lo clásico y lo contemporáneo, lo destinado a niños y lo publicado para adultos nos agitan y azuzan en una red de tensiones donde la mayor riqueza es el desacato, el desacomodo y el cuestionamiento, todos ellos propicios para la creación. Por eso la necesidad de liberar de ataduras y corsés a la Literatura Infantil, la importancia de centrarla en el trabajo con el lenguaje, como intenté decir en mi libro Hacia una literatura sin adjetivos. A comienzos de la recuperación democrática en mi país, mi generación comenzó a llevar a las aulas una frase, una convicción: “la literatura infantil es también literatura”. Pero para que eso que decimos sea verdad, debemos sortear sobreactuaciones, estereotipos y retóricas que pueblan tantos libros para los niños, escrituras serviles disfrazadas con ropajes nuevos.
Escribo para comprender, o tal vez buscando ser comprendida. Camino de conocimiento para mí y también tal vez para quien me lee, palabras que pueden despertarnos como a la durmiente princesa de uno de mis cuentos. Lo que escribo es fruto de mi tiempo, de mi sociedad, de mi experiencia, no tanto por las peripecias que narro, sino sobre todo por el uso del lenguaje, porque en el lenguaje de todo escritor se reflejan sus convicciones y contradicciones, su conocimiento y su confusión. Es en las palabras donde se libra el combate, y es de palabras la grieta por donde acceder a una lengua privada en el inmenso mar de la lengua social. Una grieta que haga balbucear a la lengua oficial, una suerte de contrapoder frente a lo uniforme y lo hegemónico.
He buscado a lo largo de estos años quién sabe qué en distintos géneros, he lanzado botellas al mar de lectores diversos, siempre pensando que no hay espacios cerrados entre lo que interesa a niños o jóvenes y lo que le puede interesar a un adulto. No hay para mí muchas diferencias entre escribir para unos u otros, de hecho no pienso en los niños cuando escribo. Se trata más bien del deseo de mirar “desde los ojos de otro” ciertas imágenes que me interpelan, que se resisten al olvido. Al escribir me enfrento sobre todo a mis prejuicios, me pongo en cuestión, y desearía que mi lector – por niño o grande que sea- se pusiera también en cuestión, se viera llevado a tomar posición. La escritura proviene de un intenso mirar y de una intensa escucha. Con la emoción como brújula, dependo de eso, pero intento mantenerme alerta porque muy a menudo algo me distrae o se empaña y pierdo el rumbo.
La historia del arte es también la historia de la subjetividad humana, necesidad de compartir dolores, alegrías o asombros con otros individuos contemporáneos o futuros; intentos de agregar algunas palabras al gran relato del mundo. En cuanto a mí, me gustaría llegar al corazón de quien me lee, llevarlo a sentir y a pensar, porque contra el adormecimiento de la conciencia, la literatura nos propone una de las inmersiones más profundas en nosotros y en la sociedad de la que formamos parte. La literatura se construye con un bien social –el lenguaje- , un bien que es de todos, y se alimenta de los relatos que esa sociedad genera. Es bueno recordar cada tanto que los escritores nos apropiamos de ese patrimonio común y que ese patrimonio regresa para pedirnos que volvamos la cabeza hacia los otros. Para pedirnos que miremos y escuchemos con atención, con persistencia, con imprudencia, con desobediencia, no para dar respuestas sino para generar preguntas. Hay algo sagrado entre un escritor, su lengua y su sociedad. La ligazón entre las condiciones de una cultura y las formas estéticas que un individuo encuentra marcan el camino de regreso a dolores personales o sociales que, en la alquimia del trabajo, lograron mutar en hondura, armonía o belleza, tal como nuestro admirado Andersen transformó la miseria o el desprecio en La vendedora de cerillas o El patito feo.
Se trata entonces del camino de una mujer hacia lo propio de sí y de su sociedad. Lo propio, eso que es también lo desconocido de nosotros, una voz alimentada y sostenida por las voces de muchos otros. Así, buscando mi propia identidad en la historia de un muchacho que atraviesa el océano, en la de niños cartoneros en una villa de emergencia, en la de una niña que ansía vivir con su madre o en la de una joven un poco extraviada -personajes adormecidos, íntegros o necesitados de amor- estaba buscando de algún modo misterioso la identidad de mi pueblo. En los últimos años, he tomado conciencia de eso, pero que ese camino me haya traído desde aquella periferia nuestra hasta esta institución, este contexto y este congreso, para recibir este premio mayor, cuyas consecuencias apenas dimensiono, es algo que me conmueve y me sorprende, algo que todavía no alcanzo a comprender."

María Teresa Andruetto

martes, 7 de agosto de 2012

lunes, 30 de julio de 2012

Una foto

En la fotografía de aquí arriba, Diego Vigna, enviado especial de Caballo negro a Santiago de Chile, entregando ejemplares de Los visitantes a Pedro Lemebel, uno de los autores del libro.
Con bajo perfil, quien gatilla la cámara es H. V., quien defendiera el arco de Racing de Avellaneda en los '60.

viernes, 13 de julio de 2012

Confirmados

Mientras llegan nuevas reseñas, confirmamos nuestros próximos libros:

Boyando, novela de Alberto Rodríguez Maiztegui

Un sudaca en la corte y otros relatos, de Daniel Moyano

El verde recostado, poemas de Damián Ríos

miércoles, 27 de junio de 2012

Doblete


Presentadoras de lujo para la antología en Córdoba y en Rosario, ¡los esperamos!

miércoles, 20 de junio de 2012

Y ahora, Rosario

En breve presentaremos esta antología de narradoras rosarinas, un libro primo del Dora narra

miércoles, 23 de mayo de 2012

jueves, 17 de mayo de 2012

martes, 8 de mayo de 2012

Adelanto de Las ostras, de Martín Cristal


Las ostras son tal vez los moluscos cuyas facultades parecen más limitadas. La Naturaleza, al hacerlas casi inmóviles en su punto de residencia, al aprisionarlas perpetuamente en su concha, y al negarle sexos separados, no podía otorgarles muchas necesidades ni muchos deseos variados ni ardientes; ha hecho de ellas unos animales casi apáticos, que viven y digieren en una beatífica tranquilidad rayana en la indiferencia. Sin embargo, como son esencialmente sociales y por lo común constituyen grandes aglomeraciones, no sería imposible que, a pesar de su escasa inteligencia, hubiera en ellas simpatías y repulsiones… no nos atrevemos a añadir que rivalidades y envidias.

 
LOS MISTERIOS DEL MAR.

Obra de divulgación científica compilada por Manuel Aranda y Sanjuán.

Montaner y Simón Editores, Barcelona, 1891.



1



Todo puede fallar. Los hombres y las mujeres, sus órganos o su memoria, su lengua, sus actos. Pueden fallar los animales y sus sentidos, las máquinas y su repetición, las teorías sobre galaxias o planetas, las fuerzas, los sistemas, el antivirus, la puntería de los delanteros, la corazonada de los apostadores, el electricista que promete venir y nunca viene. Pueden fallar los cálculos más simples, los tratamientos indicados, los últimos intentos, los planes infalibles: todo puede fallar si antes se ha generado alguna clase de expectativa, como por ejemplo la módica expectativa que generan los pronósticos para este viernes en Córdoba cuando indican tiempo frío, cielo nublado, vientos fuertes del sudeste y gran probabilidad de lluvias. Hablan de una tormenta de esas que enseguida transforman la ciudad en un caos. ¿Se equivocan? Es viernes y muchos se hacen esa pregunta antes de salir de sus casas, aunque sin demasiada emoción: escuchar la profecía cotidiana del informe meteorológico es una costumbre tan arraigada como preguntarse si otra vez fallará su modesto intento de hacer pasar lo probable por seguro (hoy va a llover). Más allá de tomar algunos recaudos —ponerse un impermeable, llevar un paraguas—, en la ciudad cada uno sigue con su vida como siempre: manteniendo algunos hábitos para garantizar la propia identidad e inaugurando otros para no dejarse aplastar por la implacable rueda del tiempo. Mantenimiento y permanencia. Cambio y mudanza. Expectativas: hoy va a llover. Hoy no va a llover. Hoy todo puede fallar. Hoy va a fallar. Hoy puede lloverse todo (puede lloverse la vida). Hoy va a, hoy no va a: en el fondo nadie sabe lo que va a pasar una vez que se largue, si es que se larga. Hacia adelante, las cosas se saben sólo hasta cierto punto. Todo pronóstico tiene un límite. Llueva o no llueva, el futuro es siempre niebla.

Ocho horas antes de que la primera gota toque el suelo, en un flamante barrio cerrado de la zona norte, Jorge Berna camina casi sin ropa por el parque que se extiende junto a un despojado prisma de arquitectura contemporánea. Todavía no tiene vecinos: Berna es el primero de los propietarios en terminar de construir su casa en ese suburbio exclusivo al que un grupo de desganados publicistas bautizó Los Manantiales. Después de desafiar el frío con un ejercicio que espera convertir en costumbre, Berna se ducha, se viste, desayuna en soledad y sale manejando su Rover hacia la casa central de la empresa que preside. Una vez ahí, hace sus llamadas telefónicas habituales y medita la respuesta que se ha comprometido a darle a Raimondi en los próximos días.

Siete horas antes de la lluvia, Franco Battaglia —el Gringo Battaglia, y a veces también el Gordo Battaglia, aunque ya no tanto— ve cómo Alejandro le da un beso en la mejilla a Rita y trepa al transporte escolar. De él, en cambio, el chico no se despide, y ésa es la primera molestia del día. La segunda es una notificación que Franco recibe en sus propias manos justo al salir de su casa, y que decide no mostrarle a Rita, a quien él también besa, pero en la boca, cuando termina su té con leche descremada. Franco sale en su Renault Clio de industria argentina y conduce desde Tablada Park —adonde se acaban de mudar los tres— hasta su trabajo en una agencia de viajes de la calle Rivadavia.

Seis horas antes de que las calles de la ciudad se inunden, Alberto Ishikawa abre los ojos y se encuentra otra vez viejo y solo en una cama doble, bajo el techo agrietado del departamentito en el que vive desde hace treinta años. Se levanta despacio, como si fuera a romperse. Antes de pasar al baño, pone la pava para el mate. Alberto —que en japonés se llama Minoru— no tiene auto ni intenciones de salir a ninguna parte: desde anoche tiene miedo de que tras la puerta lo esté esperando la locura.

Tres horas antes de que el temporal alcance su máxima intensidad, un auto amarillo toma por una avenida ancha, abandona el tráfico del centro, cruza un puente y se aleja hacia barrio General Bustos. Apenas pasa las vías del tren, se detiene ante una seña de Perla Fisherman, una estudiante de Medicina que, urgida por la amenaza de las nubes, ha decidido parar ese taxi y volver en él desde el depósito —donde ella y su madre discutieron y lloraron— al monoambiente que alquila en Alto Alberdi desde hace dos días. Su hermano menor aprovecha el viaje y la acompaña durante una parte del camino.

Dos horas, una hora, cero horas: llueve.

Hasta aquí llegan todos los pronósticos.

jueves, 26 de abril de 2012

Que lindo estuvo

Algunas postales del I Festival Internacional de Poesía de Córdoba: apertura en el Cabildo, lecturas en el Genaro Pérez, Bar Ethiopía y en la D2. Pronto subimos más!






Vamos con una novela

lunes, 9 de abril de 2012

Parece mentira las cosas que veo




Caballo negro llegó a Montevideo, ciudad de hermosas librerías.

Desde hace unas semanas estamos en El narrador (Pocitos), La Lupa (Ciudad Vieja), Minerva y Rayuela (Tristán Narvaja)



martes, 3 de abril de 2012

sábado, 17 de marzo de 2012

miércoles, 22 de febrero de 2012